Yo tuve mi primera regla cuando aún tenía 11 años.
En los primeros años mis periodos no fueron solamente una fuente de vergüenza ocasional, sino también extremadamente dolorosos. Solía acurrucarme en la cama con una bolsa de agua caliente, incapaz de moverme o respirar, y me preguntaba: «¿Por qué yo?».
Por supuesto, no era la única: la mayoría de las mujeres menstrúan. Sin embargo, la gran parte de las hembras de otros animales no sangran como nosotras. Incluso de entre aquellas que dan a luz a crías, solo un puñado de especies menstrúan. Así que la menstruación no sólo es incómoda y desagradable, es también un misterio. ¿Por qué menstrúan las mujeres? Y si es tan buena idea, ¿por qué no lo hacen otros animales?
La menstruación es parte del ciclo reproductivo de la mujer. Cada mes, en respuesta a las hormonas reproductivas, principalmente los estrógenos y la progesterona, el útero de la mujer se prepara para el embarazo.
El revestimiento interno de la también llamada matriz, el endometrio, se acondiciona para que sea le implantado un embrión: se hace más grueso, se divide en capas y desarrolla una amplia red de vasos sanguíneos. Pero si la mujer no queda embarazada, los niveles de progesterona comienzan a caer. El tejido endometrial grueso, con sus vasos sanguíneos, empieza a desprenderse y se termina expulsando a través de la vagina.
Y este sangrado es la menstruación. A primera vista, el proceso parece un despilfarro. Así que muchos han tratado de explicar por qué lo hacemos. «Una de las primeras creencias en torno a la menstruación era que servía para eliminar toxinas del cuerpo», dice Kathryn Clancy, una antropóloga de la Universidad de Illinois en Urbana, Estados Unidos.
Gran parte de la investigación que se desarrolló en los primeros años de 1900 estuvo marcada por unos tabúes profundamente arraigados, muchos de los cuales incluso persisten a día de hoy. En relación a esto, Bela Schick, un conocido físico, concibió el término «menotoxina» en 1920.
Llevó a cabo experimentos en los que mujeres con la menstruación y sin ella manipularon flores. Y concluyó que aquellas que tenían la regla secretaban unas sustancias tóxicas por la piel que hacían que las flores se marchitaran Estas menotoxinas, de acuerdo a Schick, también interrumpía el crecimiento de la levadura y evitaba que la masa se inflara.
Otros corroboraron sus conclusiones, argumentando que las toxinas de las mujeres menstruantes podían, además de estropear las plantas, echar a perder la cerveza, el vino y los encurtidos. «En aquél tiempo existía la idea de que las mujeres eran simplemente horribles y repugnantes», dice Clancy. «Y el problema es que trataron de seguir diciendo esto hasta finales de los años 1970».
En realidad, Clancy explica que estos estudios estaban tan pobremente argumentados que no demostraban la existencia de las menotoxinas. En 1933, una hipótesis muy distinta sobre la función de la menstruación captó la atención de los medios.
Margie Profet, por entonces de la Universidad de California en Berkeley, EE.UU., sugirió que el cometido de la regla era «defender (a la mujer) de los patógenos transportados al útero por los espermatozoides». «En lugar de decir que eran las mujeres las sucias, aseguraba que lo eran los hombres», señala Clancy.
Pero su idea no se sostuvo por falta de evidencias. Una de los principales críticos de las conjeturas de Profet fue Beverly Strassmann, una antropóloga de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, EE.UU. Y en 1996 presentó su propia teoría.
Strassmann argumentó que si se quiere conocer por qué ocurre la menstruación, se debe averiguar por qué las matrices de los mamíferos, no solo los humanos, pasan por ciclos reproductivos.